Fabricio Brebion
Juncal y Montevideo, ciudad de Buenos Aires
Quien tiene una vida nómade vive de turista pero también de local. Porque cuando el movimiento es constante, el principal hogar es el movimiento.
Un viajero parado en la esquina. Viajero por su mirada de asombro. Viajero por sus pantalones de explorador. Viajero por su cinturón amplio cual riñonera, donde a simple vista se adivina que tiene todo aquello que necesita para vivir un largo día.
Fabricio Brebion cruzó una frontera más de 200 veces y en cada una de esas andadas fue sumando condimentos a su tonada. Porque ese castellano que habrá hablado en sus años de infancia y juventud en su Puerto Madryn natal, ya se llenó de modismos de otros países. Y con ese cantito lleno de identidades, le pregunta a la moza que vino a atendernos: “¿De qué parte de Colombia sos? Es mi país favorito”.
9 años tenía Fabricio cuando empezó a trabajar en un taller mecánico. Inquieto por definición, a los 17 les rogó a sus padres que le permitan abandonar el colegio y emprendió su primera aventura a bordo de un barco pesquero de calamares llamado Pasa 82: “No usé contactos para ir porque si entrás por acomodo a un barco está todo mal, ¡lo que más recuerdo es el bautismo!”. “Cambió todo el show”, dice Fabricio sobre su salida del barco cuando murió su hermana. Esa triste noticia lo llevó a volver a Buenos Aires y a poner fin al nomadismo. Pero solo por un rato.
Un rato tardan en darse cuenta los que están sentados alrededor de que nuestra conversación se va poniendo divertida. Porque cuando Fabricio habla todo se abre: sus ojos, sus brazos, su mundo, nuestro mundo. Adivino que desde una mesa vecina debe ser un espectáculo lindo de ver.
“Un día pedí una mochila prestada y me fui a dedo hasta México”, cuenta Fabricio compenetrado en su relato. Imposible no preguntar cómo se empieza una mochileada tan larga, y su respuesta es más que simple: “Abrí un mapa de Latinoamérica, armé una mochila y salí”. El objetivo de llegada era Cancún donde le esperaba un trabajo en un alquiler de jetskis.
Sin embargo, no fue un recorrido sin escalas. La mayor pausa fue en Colombia donde las cuadras de Cartagena lo recibieron como huésped viviendo en la calle. “Vivir así me ayudó a entender sobre empatía, a dejar de apuntar con el dedo, y a saber que hay circunstancias que uno no puede manejar”, dice sobre aquella experiencia que define como una de las mejores cosas que le pasó.
“Cuando lucís como gente de la calle no podés entrar a muchos lugares y a veces dormir depende de la lluvia”, continúa con su descripción Fabricio. Fueron meses de dura convivencia con chicos de 6, 8, 10 años cuyas miradas lo grabaron a fuego para lo que sería su objetivo de vida años después. Tuvo hambre, y fue tal vez la necesidad la que lo hizo conocer el mundo de las artesanías.
Llega el pedido a la mesa, Fabricio mete la mano en su bolsillo y desenfunda su cuchillo de explorador para cortar su sándwich a la mitad. Mientras, sigue hablando ignorando por completo que junto a su plato ya había un cuchillo traído por la moza por si necesitaba usarlo.
Al llegar a Cancún, la empresa para la que iba a trabajar, ya había quebrado. “Ahí me di cuenta de que yo no estaba ahí para trabajar sino para viajar”, reflexiona Fabricio sobre aquellos días. Se quedó un mes y medio, y volvió a Argentina por asuntos familiares. Pero ese gustito por viajar no tardó en renacer, y al poco tiempo volvió a aventurarse: “Me armé muchísimo mejor que para el primer viaje y salí a ver qué tenía para conocer”.
Así recorrió la Patagonia, Chile de sur a norte, Ecuador, Colombia, Panamá, Puerto Rico… De todos esos recorridos Fabricio aprendió que la calidad de vida de una persona depende del nerviosismo que tenga su ciudad. Como bien le dijo a la moza, su país favorito es Colombia, y de las idas y vueltas a esas tierras hace una observación: “Cuando los colombianos convivían con las FARC estaban llenos de dulzura porque tenían la conciencia de que la vida se podía acabar en cualquier momento”.
“Somos muy poderosos como seres humanos”, define Fabricio Brebion, quien con el correr de los años fue sumergiéndose en la lucha ambiental y social para lograr un mundo mejor. Hoy está viviendo en Estados Unidos y desde allá (no sin viajes de por medio) lleva a cabo dos proyectos que de solo nombrarlos, dibuja una sonrisa: Expedición Alegría y Transformation Pura Vida Now.
Las ganas de Fabricio de hacer algo por el mundo estuvieron siempre tras sus pasos viajeros. “Estuve en riesgo de morir muchas veces”, afirma y describe que en esas situaciones límite solía decir al cielo: “Salvame y te juro que soy otro tipo”. Pero un día dejó de hablarle a Dios con palabras y prometió empezar a hacerlo con hechos.
Expedición Alegría nació cuando recorriendo las calles de China en bicicleta Fabricio empezó a repartir comida caliente para los que estaban hambrientos. Con ese mismo entusiasmo después estuvo de visita en un asentamiento de Baja Californa, México, donde trabajó para mejorar las condiciones de la escuela del lugar. ¿Cómo lo hizo?
“Fui con mi cámara, hice entrevistas sobre la situación del lugar y llevé ese material a los medios y empresas”, resume y dice con mirada segura: “Un periodista tiene un puesto tan importante como un médico, porque contando una historia se pueden salvar muchas vidas”. Imposible no sonreír mientras sus palabras se recrean en mi anotador. Así, él logró llamar la atención de la gente y demostrarles lo que eran capaces de hacer.
Con Expedición Alegría Fabricio Brebion recorre distintos lugares ejercitando su “músculo humanitario” y lleva a cabo acciones concretas que mejoran la vida de esa comunidad. “¿Cuándo va a ser el día que gritemos Dale Campeón mirándonos al espejo?”, se pregunta. Está convencido de que si usáramos más el corazón no estaríamos como estamos, y de que el verdadero éxito es tener una vida con propósitos y vivir de lo que se ama. Se trata de un camino apasionante pero no por eso sencillo: “El 90% de mis experiencias son errores”, dice con divertida honestidad.
Se define como un optimista, pero en seguida contrapone: “Igual si vos me preguntás cómo veo el mundo dentro de 15 años te morís”. Porque su preocupación por la situación ambiental del planeta es grande, y eso lo llevó a crear Transformation Pura Vida Now (TPVNow): una plataforma digital para concientizar sobre el cuidado del medioambiente.
Está convencido de que los sistemas de sustentabilidad que maneja el mundo de hoy en día son disfuncionales y ello nos va a traer problemas en el futuro. Es por eso que sueña – y trabaja para lograrlo – con instalar centros de concientización a modo de casa rodante que con TPVNow recorran el país dando talleres de cuidado del medio ambiente, porque su preocupación va acompañada de la certeza de que el cambio individual genera un gran impacto.
Escribió un libro llamado “Suéñalo, ámalo y vívelo”, donde narra todas sus aventuras y actualmente está a la venta para comenzar a financiar sus proyectos de TPVNow. No se define como un gran escritor, y con el libro en mano y sonrisa en boca, dice: “Este libro ahora tiene 5500 errores menos que cuando lo escribí”. Sostiene que es feo ayudar a la gente sin pedirle nada a cambio porque “si te ayudan te inhabilitan, pero si te apoyan te empoderan”.
La charla con Fabricio Brebion fue un viaje, como el que probablemente él vaya a emprender en algunos días, u horas quién sabe. Porque ya no es local en Argentina, pero tampoco turista. Porque Fabricio pertenece al mundo, y como buen ciudadano global debe seguir en recorriéndolo generando un cambio y gritándose a sí mismo Dale campeón, en un único hogar que es el movimiento.