“Hablar de uno mismo es una de las pelotudeces más lindas que hay”


Gato Urbanski

Junín y Vicente López, Ciudad de Buenos Aires

Vamos caminando por la calle Junín, llegando a Vicente López , y un par de parlantes y una caja que contiene CDs se aparecen ante nuestros pasos. Algún que otro instrumento apoyado contra los equipos, y un talonario de panfletos que se titulan “AQUALÁCTICA”, explican que se trata de un grupo de cuerdas integrado por una familia. Y de repente nos invade la sensación de que atrás de todos esos elementos se puede esconder una historia…

Sin darnos cuenta aparece un señor de unos cincuenta y pico de años, cuyo aspecto merece adjetivarse con la palabra “artista”. Nos presentamos, y al principio se niega a una posible charla por estar muy cansado. “Y eso que hablar de uno mismo es una de las pelotudeces más lindas que hay, pero hoy no chicos”, nos dice. Realmente no sé cómo fue, pero a los pocos minutos ya estábamos sentados en un banco que se encontraba a un par de metros, exactamente pegado a la pared del Cementerio de la Recoleta.

Gato Urbanski es el padre de la familia de músicos descripta en los panfletos. Tiene 53 años, y dice seguir siendo un adolescente. Sin embargo, en seguida se justifica tomando un argumento de los mayas que sostenían que la adolescencia del hombre duraba hasta los 52, por lo que él recién está atravesando esa transición. Ante la pregunta de hace cuánto lo apodan de esa manera, responde con picardía: “Un momento, no soy un gato eh”.

Sin dar mayores precisiones, nos cuenta que nació en Buenos Aires en un sanatorio. Durante su infancia vivía en Olivos. “En ese momento había gallineros, terrenos, y hasta el lechero iba a caballo”, nos cuenta para contextualizar cómo era el barrio cuando él tenía 5 años. Después de algunos comentarios en referencia a que hoy Olivos hasta parece una ciudad, Gato menea la cabeza y expresa: “La humanidad… el hombre es tremendo”.

Solía vivir con su mamá, su papá, una hermana y un hermano. Él era el más chico. Nos cuenta que era una familia de músicos clásicos: madre arpista y padre violinista, y su abuelo paterno tocaba “todos los caños”: flauta, corno inglés, oboe, etc. Nos cuenta que el abuelo en su momento le dijo a su padre que tocara el violín en lugar de instrumentos de viento, para así poder tocar hasta cuando estuviera atravesando la vejez. Y así fue que su padre optó por el violín. Y así fue también que hoy Gato también toca el violín.

Gato habla sereno, pero no necesariamente lento. Mientras va contando su vida, cada tanto sus ojos celestes se desvían para mirar a sus hijos que están tocando en frente nuestro… “Aprendieron música por ósmosis”, expresa.

Agarró un violín por primera vez a los cuatro años de edad. Dice haber tenido una “carrera feroz” tocando aquel instrumento, y con orgullo nos nombra a quienes fueron sus maestros, citando nombres complicados que seguramente tendrían algún origen ruso, o algo por el estilo. “Amo la música, pero la odiaba como profesión”, nos cuenta. Se consagró en la Camerata Bariloche, en la cual participó en los años 1981, 1982 y 1983. “A la Camerata la adoro, la respeto, pero no era para mí”, nos dice.

Hasta aquí parece que Gato fuera un músico más de un clan de artistas. Sin embargo, él mismo se define como una “oveja negra”.

“Siempre envidié a mis amigos que tocaban la guitarra porque podían componer”, nos cuenta y explica que con el violín lo único que se puede hacer es interpretar… hasta que se animó a trasgredir. Ya más de grande, Gato se atrevió a tomar el violín como si fuera una guitarra y comenzó a componer.

Además, su talento como músico se extendió hacia el estudio de la lutería, sin embargo, también se rebeló a eso. Nos explica que las curvas de los instrumentos son “conductoras” de sonido, mientras que las terminaciones rectas son “acumuladoras”. Gato eligió los ángulos y registró su propia marca de instrumentos musicales llamada “Urban Strings”.

Señala los instrumentos que están usando los hijos para poder describir el tipo de sonido que producen, e inmediatamente lo compara con los violines eléctricos que, según dice, “son muy pedorros”. Hoy varios músicos, como Peteco Carabajal por ejemplo, tocan con los instrumentos de su marca. “Con humildad lo digo…”, expresa, pero Diego cuestiona con algún comentario irónico, y Gato con una sonrisa contesta: “Es verdad, ¡me importa un carajo!”.

Gato está sentado muy cómodo en el banco. La pierna izquierda siempre cruzada sobre la derecha, su brazo izquierdo se apoya sobre el respaldo del asiento, extendiéndose por atrás de mi espalda. De repente, le suena un mensaje de texto de su teléfono, lo toma de su bolsillo, se sienta más erguido, y haciendo un leve esfuerzo con los ojos, aleja el celular un poco para lograr leer bien la pantalla.

En 1983 cuando su ex mujer, Yasmine, quedó embarazada, se fueron a vivir al Bolsón. Allí, Gato dejó de tocar durante tres años y se dedicó a trabajar la madera e incluso construyó su casa. Vivieron algunos años en el sur hasta que su padre se enfermó y su mamá necesitaba ayuda, por lo que decidió volver a Buenos Aires.

Ya hacen 10 años desde que el juez le dio la tenencia para que sus hijos vivan con él, aunque ahora están viviendo un momento de cambios, ya que todos se independizaron. Niega sentirse solo, y de hecho expresa que hasta necesitaba un poco de soledad. “Los crió la mamá, la mejor mamá del mundo”, dice Gato en referencia a Yasmine, y agrega que por la forma en que fueron educados sus hijos, hoy pueden enfrentarse a situaciones difíciles, relacionarse, y que tienen una “sabiduría intrínseca” de la cual aprende constantemente.

Risco, Mizar, Jaspe y Nagual son los nombres que eligió Gato para sus hijos. Nos va explicando los significados uno a uno, que se deben a estrellas, lugar en el que nacieron, referencia a libros… En cuanto a esto último, nombra el libro “Las enseñanzas de Don Juan” de Carlos Castaneda, y en seguida nos miramos con Diego sin poder creerlo. Hace unas semanas, Julio (personaje de este blog en “El viento es viejo pero sigue soplando”), también nos nombró esa obra con mucho entusiasmo.

Gato formó el grupo musical con sus hijos en el año 2005, después de cerrar la Escuela Zenerata en la que fue maestro de instrumentos de todas las cuerdas durante 15 años. “Me cagan a pedos por cualquier cosa”, dice con una sonrisa, refiriéndose a sus hijos, y agrega: “ponen las cosas en igualdad, y me parece perfecto porque aprendo a contemplar cosas que solo no vería”.

Ya tienen dos cds grabados, y ahora están trabajando sobre el tercero y el cuarto. Nos cuenta que este último va a tener un estilo muy “impro, tipo Pink Floyd… como para fumarse un caño a la noche”. Ante este comentario Diego no duda en preguntarle por el prejuicio que existe sobre la relación que hay entre la inspiración de un músico y la droga. “El churro es un aliado”, contesta Gato con total naturalidad. Argumenta que puede escribir sin consumir, pero agrega: “como usuario me sirve para abordar, inspirarme, contemplar… abrir puertas”.

Mientras habla, va señalando al aire con el dedo índice como para dar más énfasis a determinadas palabras. Reconoce que hay otros métodos de relajación como la yoga, pero que le da fiaca. Le encanta el tai chi, pero expresa que no le alcanza la vida para hacer tantas cosas. “No tengo la voluntad para hacerlo, y la voluntad que tengo prefiero dedicarla a la música”, nos cuenta.

No cree en la política y, mientras lo confiesa, se acerca el hijo para pedirle las llaves del auto porque ya se hace de noche y tienen que ir guardando todo. “Están puestas”, responde Gato con absoluta cautela.

Retoma su declaración y dice que votó para no sumar al desastre. “Aunque al desastre hay que dejarlo ser porque provoca lo bueno que va a venir después”, reflexiona. Está convencido de que lo malo es una oportunidad para superarse, y que es la mente de uno mismo la que construye la realidad. En cuanto a los “achaque de la edad y las dolencias”, asegura que las controla mentalmente sin haber estudiado nada. “Estás acá hermano, por algo estás”, dice.

“Estamos anestesiados para vivir con… perdón, PARA el sistema”, sostiene, y agrega convencido que todos somos capaces de hacer milagros, pero que estamos “aplastados”.

La música ya se acabó, los instrumentos están en las fundas y los equipos de audio guardados en el auto. Se acercan los hijos y, con la satisfacción del trabajo cumplido, proceden a hacer un “autopago” al tomar plata de la billetera de su papá. “Llegó la hora”, nos dice Gato mientras se levanta del banco. Le recuerda a Diego que le tiene que enseñar a usar LinkedIn para promocionar el grupo, y antes de despedirse por completo, levanta el puño y expresa: “¡Viva la rebeldía!”

Nosotros nos quedamos sentados, y vemos cómo se van alejando el padre, los hijos, los instrumentos, y el talento…


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *