Santiago Pinnel
Arroyo y Suipacha, Ciudad de Buenos Aires
Santiago quería un cambio, y salió a buscarlo más allá de sus fronteras…
“Venía pedaleando al máximo”, nos dice a mí y a Lucas que ya estamos esperándolo en su departamento de la calle Arroyo donde vive con su hermano. Pasaron unos pocos minutos de las siete de la tarde, y como el clima está más bien caluroso, nos propone ir a charlar al balcón. Al poco tiempo, el anfitrión, aparece con una cerveza y algo para picar.
Santiago Pinnel tiene 28 años y es ex alumno del Newman. Una vez terminado el colegio, se decidió por estudiar ingeniería industrial en el ITBA: una universidad conocida por su alto nivel de exigencia, pero ante los comentarios responde que “tenía un grupo de amigos que lo hacía más llevadero”.
Sin embargo, para él la ingeniería lejos está de ser una cuestión meramente numérica y exacta. Ve algo más allá y encuentra en su profesión una manera de encontrar soluciones y de responder preguntas. “Siempre me movió lo social”, dice, y cuenta que en su época del colegio solía participar en la dirección de un hogar para chicos huérfanos.
Terminó la facultad, y la vida lo llevó a terminar ejerciendo su labor de ingeniero en el área de finanzas de Techint. Pero después de un tiempo, se dio cuenta de que estaba en la búsqueda de algo diferente. Sin saber lo que le esperaba, a principios del 2008, envió su CV a Médicos Sin Fronteras.
Se trata de una organización internacional que brinda acción médica y humanitaria a las poblaciones más necesitadas del mundo. Para que funcione la institución, hacen falta otros tipos de profesionales además de médicos. Santiago explica que tiene tres patas más en las que participan voluntarios como él: un área de logística, otra financiera, y otra de recursos humanos.
En junio comenzó a tener las primeras entrevistas en las que, según cuenta, “te pasean por todos lados”. “Es una organización super profesional”, dice Santiago y explica que te exigen al menos dos años de experiencia en el rubro del trabajo a realizar, tanto para los médicos como para los que no lo son.
En julio le dijeron que formaba parte de la organización, presentó su renuncia en Techint y a fines de agosto dejó de trabajar en la compañía. De ahí partió hacia Barcelona donde recibió una capacitación de la cual participaron entre 35 y 40 personas, entre las cuales había 3 argentinos: “Empezás a encontrar argentinos en todos lados”, dice Santiago con un tono risueño, y agrega que “somos viajeros”.
“¿Siria qué te parece?”, fue la pregunta que le hicieron para fijar su primer destino, y en diciembre de 2008 partió hacia Damasco, la capital de ese país ubicado en el oriente de Asia. Con ojos bien abiertos trata de explicar la sensación del aterrizaje de ese avión que llega a un lugar totalmente desconocido: “Es el momento de mayor adrenalina porque no tenés certezas de qué te puede esperar”.
Se fue solo, y allá había un equipo formado por 4 expatriados y 5 sirios locales. Se trataba de un proyecto chico, sobre una clínica para refugiados iraquíes, que desde el comienzo de la guerra en el 2003 se dirigían a Siria y no solían tener atención médica.
“Me rompió todos los esquemas”, dice Santiago en referencia al gran quiebre cultural y describe las mujeres tapadas, las distintas costumbres, y el hecho de que la población siria se levanta a las dos o tres de la mañana para rezarle a la mezquita. La diferencia es grande, y con sus vivencias llegó a darse cuenta de que “desde nuestro país vemos una realidad solo desde nuestros ojos”. El idioma no es una cuestión menor, y nos dice que con esfuerzo estudió árabe pero confiesa que hoy en día no recuerda demasiado.
A muchos les habrá pasado que al viajar a cualquier lugar del mundo y decir la palabra “Argentina”, obtiene como respuesta automática: “Oh! Maradona!”. Sin embargo, la reacción que encontró Santiago en Siria fue algo distinta: a él le decían “¿Argentina? ¡Carlos Menem!”. Resulta que el origen del ex Presidente es sirio-argentino, y su figura goza de una gran popularidad en el país oriental.
Después de un año de trabajo en Siria volvió tres semanas de vacaciones a Argentina y luego partió para Liberia, que es un pequeño país ubicado entre Sierra Leona y Costa de Marfil. “Era lo que buscaba”, expresa Santiago y cuenta que África es culturalmente más parecida a nosotros que Medio Oriente.
“África me dio vuelta la cabeza”, dice. Allá era parte de un equipo de fútbol con el cual jugaban en el estadio principal de Monrovia, la capital del país. Los partidos se hacían a las siete de la mañana por el calor que superaba los 40 grados. “Tienen otro estado físico, definitivamente”, ríe. Él era el único entre todos africanos, y luego en fotos veremos que lleva puesta nada más ni nada menos que la camiseta número 10.
Algo curioso que sucede en el continente africano es que el argentino constituye un centro de atención por su tez blanca: “El diferente empezás a ser vos”, dice Santiago e imita a los habitantes locales diciendo: “Oh! White men! White men!”.
En Liberia le tocó cerrar un proyecto que se venía llevando a cabo hacía ya 20 años. Médicos Sin Fronteras hizo un traspaso gradual de la tarea al Ministerio de Salud para hacer la transición de manera exitosa.
“Las despedidas son durísimas: no le decís adiós a un amigo español, le decís adiós a un amigo liberiano que necesita mucha suerte en su vida”, expresa con un tono decorado con melancolía y resignación. “Te tenés que poner una armadura de hierro”, agrega Santiago para describir la sensación que generan las despedidas.
El siguiente y último destino, luego de un año en Liberia, fue Niger. Es un país chico que se ubica en el norte de Nigeria, y se dirigió ahí para realizar una campaña de emergencia que tuvo una duración de tres meses en un pueblo rural.
A diferencia de Liberia cuyo territorio da a la costa, Niger se caracteriza por tener un clima seco al tener una mitad del país ubicado en el desierto del Sahara, y la otra mitad que consta de un semidesierto. Santiago nos cuenta que Niger tiene un ciclo anual de sequía que se repite en noviembre y diciembre, y al ser un país agricultor, la falta de agua lleva a la desnutrición que, sobre todo en los más chicos, aumenta la vulnerabilidad hacia la malaria.
A través de las descripciones pormenorizadas, los relatos de Santiago logran que uno se traslade a los escenarios de cada narración. Nos cuenta que la población de Niger tiene que hacer recorridos de 30 a 50 kilómetros en burro cargando bidones para poder abastecerse de agua.
Además, hay problemáticas que obstaculizan la salud como lo es la donación de sangre. “Si acá en Buenos Aires es difícil conseguir dadores de sangre, en Niger es 100 veces más difícil”, explica Santiago, y cuenta que si el banco de sangre está vacío, el chico que llega al hospital es un chico que muere.
“Se ven realidades que son de película”, dice meneando la cabeza. Los voluntarios que van con la organización no viven en las mismas condiciones que los africanos porque sino no rendirían como corresponde a la hora de realizar su trabajo. Médicos Sin Fronteras les brinda una casa digna, agua potable, electricidad… Sin embargo, Santiago reflexiona: “Te educás a valorar mucho más los recursos que tenés”.
Inevitable pensar en la familia de Santiago al escuchar estas narraciones tan ricas llevadas a cabo en lugares exóticos e impensados: tal vez los últimos lugares que una madre elegiría como destino para un hijo. “Se lo conté como si hubiera mandado mi CV a cualquier otro lado”, dice Santiago con naturalidad. “Vos vas a ir”, le contestó su madre. Y no se equivocó.
Ya hacen 9 meses que Santiago volvió a Argentina. Pero el regreso no es tan simple ni mucho menos rotundo: “Todavía siento el bichito que dice «Dale Santiago, andate»», dice. Si bien reconoce que la vida es de uno, y que es uno mismo el que toma las propias decisiones, el efecto secundario sobre la vida de los demás es difícil. Con un tono de resignación concluye: “Pero bueno, es parte de la vida del expatriado”.
Hoy Santiago está haciendo un posgrado en Organizaciones Sin Fines de Lucro en la Universidad de San Andrés que le sirve de “ancla” como un motivo para quedarse en el país. Además, hace un mes trabaja en Butterfly, que es una consultora ambiental que procura gestionar el impacto de la organización sobre el planeta.
Sin embargo, el llamado interno no cesa: la semana que viene se junta con un amigo de Médicos Sin Fronteras que llega al país, lo cual “es buenísimo, pero también es malísimo”, expresa haciéndose consciente de lo que puede resultar de esa charla ya que su posgrado finaliza en diciembre.
Tanta pasión en los relatos amerita una breve exposición de fotos sobre semejante experiencia en la organización. Sin pensarlo dos veces, entra para buscar la computadora. Mientras, con Lucas nos quedamos en el balcón y nos miramos sin poder creer todas esas experiencias que estábamos escuchando de boca del protagonista de las aventuras.
Las imágenes fueron la mejor forma de concluir ese breve viaje. En menos de dos horas que duró la charla, recorrimos tres países, y fuimos partícipes de cada relato, como si hubiéramos estado junto a Santiago en cada recorrido, como si hubiéramos visto cada paisaje, y como si hubiéramos conocido a todos esos personajes que aparecieron en su camino.
“Si quiero seguir con el estilo de vida de la hormiga viajera, tengo que poner las cosas en la balanza y reflexionar sobre lo que pierdo”, reflexiona Santiago.
Nos vamos colmados por la riqueza de los relatos de aquel “ingeniero social” que nos regaló los pasajes y la estadía del viaje que hicimos a través de sus narraciones. Pero al salir a la calle, no solamente abandonamos un departamento de la calle Arroyo, sino que partimos de Siria, Liberia, y Niger…
Esta es una de las campañas realizadas por Médicos Sin Fronteras: