Ignacio Mendizabal
Guise 1924, ciudad de Buenos Aires
Hay fila afuera. Se escucha un poco de música desde la calle. Son las doce de la noche y estamos recién salidos de ensayo de teatro: Diego está disfrazado de un personaje llamado Joaquín De Los Santos y yo, a falta de mi anotador para entrevistas, tomo nota en las carillas en blanco del guión de la obra con una bic negra que estaba en el auto.
Estamos por entrar a un evento a beneficio de Caacupé que es una ONG cuyo trabajo está enfocado en la educación y en brindar herramientas que mejoren la inserción social. “¿Está Mr. Caacupé?”, le pregunta Diego a la chica de la caja, a modo de burla para saber dónde estaba Ignacio Mendizabal. Ella ríe, y no contesta: nunca sabremos si no entendió o si la música tapó el comentario…
“¡Ustedes ya colaboraron con nosotros, ahora nosotros colaboramos con ustedes con esta rifa!”, dice un chico desde el micrófono, y la gente desde las mesas mira expectante a sus numeritos para saber quién será el afortunado ganador. Miramos a nuestro alrededor por unos minutos, hasta que logramos encontrar a Nacho, nuestra víctima para la nota. Lo interceptamos para entrevistarlo, ríe y accede rápidamente. Escapar de la música por completo es misión imposible. Pero nos acomodamos en el segundo piso al menos para estar más cómodos.
Nacho es el Director Ejecutivo de Caacupé y nació un 4 de octubre de 1985 en Capital Federal. Argentina lo vio partir al año de edad cuando se fue a vivir a Italia con sus padres y sus dos hermanos mayores. Por ese entonces, solo eran tres hermanos, pero hoy ya son seis. Vivió en Roma y “parla italiano” ya que aprendió a hablar allá, pero cuenta que sin embargo en su casa hablaban en castellano.
Tras cuatro años en Italia volvió a Argentina y fue al colegio Manuel Belgrano. Pero no fue un regreso definitivo ya que después de tres años acá, el trabajo de su padre diplomático lo hizo volver a Italia, esta vez, a Milán. “Cuando sos chiquito te divierte”, dice Nacho mientras explica sus idas y venidas de un país al otro.
De Milán regresó a los 15 años de edad, y esa vuelta sí fue más dura dejando allá a un grupo de amigos. Era junio del 2001, y se encontró con una Argentina invadida por las crisis. Cuenta que fue un gran choque ver algunas personas pidiendo plata en los subtes, y otras tantas durmiendo en la calle.
Entró al Colegio del Salvador y ahí se encontró con el espíritu jesuita caracterizado por una faceta social y una vocación por la misión. “En Argentina hay espíritu solidario”, asegura Nacho y nos cuenta que en Italia los apostolados son generalmente con personas con problemas mentales o con gente vieja que está sola a las que se acompaña a espectáculos en la Scala de Milán, por ejemplo. Allá es pobre el inmigrante y no se asume la pobreza de otros países cercanos como es el caso de Albania, por ejemplo.
Nacho habla relajado y bastante bajo. Cada tanto se ve obligado a subir el tono para ganarle a la música de las bandas que tocan mientras todos bailan. Se sienta sobre la barra y las all stars quedan en el aire sin poder tocar el piso. Viste un jean y una camisa arremangada que deja ver sus brazos. No usa reloj, pero la mano izquierda luce las pulseras con el lema «Copate Caacupé» que suben y bajan debido al movimiento de brazos que hace Nacho mientras habla.
En sus años de colegio, tuvo la oportunidad de hacer voluntariados y de misionar. Pero mientras pasaba el tiempo, comenzó a surgir el interrogante sobre qué hacer con su vida. Entre esos pensamientos apareció el planteo de ser Jesuita, y en esa búsqueda se fue un mes a Córdoba. Nacho nos cuenta que se enamoró del compromiso social que tienen y del ideal de San Ignacio de Loyola, de “Ser con y para los demás”.
Finalmente se decidió por estudiar Ciencias de la Educación en la UCA. Siempre reconoció a la educación como una clave imprescindible, y en un principio quería ser maestro rural. “Me gustaba la responsabilidad de saber que uno puede ser un puente entre el mundo social en el que vivimos y esa realidad”, dice Nacho y cuenta que conoció esa faceta en las oportunidades de misionar en La Rioja y en Vivoratá, en la Provincia de Buenos Aires.
En una de las misiones en La Rioja, acompañó a dos exalumnos del Salvador con quienes forjó un vínculo de amistad. Ellos son Guille Arce y Fran Betinelli, quienes en el 2008 comenzaron con una idea de hacer algo social y se acercaron a la villa donde estaba el Padre Pepe Di Paola y comenzaron un apostolado en un predio del Barrio San Blas. Empezaron dando catequesis, apoyo escolar y un grupo de madres. Luego la actividad fue creciendo y se sumó una escuelita de fútbol, un grupo de jóvenes, paseos, talleres de arte…
En el 2010 se dieron cuenta de que para seguir con ese proyecto necesitaban más compromiso. Por ese entonces, Nacho estaba al tanto de todas las actividades y daba una mano, pero su posición era más pasiva: ya se había recibido, trabajaba en la Comisión Nacional de Justicia y Paz, y estaba haciendo un Posgrado en Organizaciones Sin Fines de Lucro en la Universidad de San Andrés, becado por el Banco Galicia. “Para cambiar la realidad hay que hacer bien las cosas, y para hacer bien las cosas hay que formarse”, dice Nacho con total certeza.
Cuando terminó el Posgrado, Nacho adhirió al proyecto de dar una forma más sólida a Caacupé para poder seguir manteniendo todas las actividades y poder crecer como ONG. Más que dar una contención a toda esa gente, querían cambiar su forma de vida. Y el entusiasmo fue creciendo de tal manera, que el proyecto de la ONG comenzó a ser más prioritario que las ofertas de trabajo que iban apareciendo.
Alrededor nuestro la gente charla en las mesas con cervezas de por medio. Abajo, el clima es más de fiesta al ritmo de una banda llamada Camaleón que toca y anima el baile. La charla se interrumpe con recurrentes saludos al entrevistado, que por un momento tiene que bajar para resolver algún asuntito. Después de un rato, reanudamos la entrevista pero esta vez afuera del lugar.
Volvemos al año 2010, y en esta idea de fortalecer Caacupé, Nacho nos cuenta que se propusieron el plazo de un año para ver si conseguían que la ONG se sustentara. Afortunadamente el resultado fue muy positivo…
Hoy Caacupé tiene 100 padrinos que realizan donaciones mensuales para que los chicos puedan seguir cambiando la realidad de los habitantes de la Villa 21. Pasaron de ser dos jóvenes con un ideal, a tener un staff fijo de 10 personas y 70 voluntarios. Realizan peñas y fiestas que son un éxito y de ello es evidencia el evento que explota a una pared de distancia nuestra.
Al tratar de responder algo que aún quiera lograr, Nacho piensa y responde que no quiere “quedarse con el proyectito”, sino que esa obra por la cual están apostando siga creciendo. Para el 2012 tienen un proyecto de nutrición con CONIN para el cual parte del equipo de Caacupé viajó a Mendoza para una capacitación. A juzgar por su modo de hablar, el entusiasmo sobra, y parece bien encausado con buenas ideas y proyectos concretos.
Ya se hacen las dos de la mañana y Nacho debe volver al evento donde más de 350 personas bailan, cantan y ayudan tal vez sin ser conscientes de la cantidad de sonrisas que sacarán con la plata de su entrada.
Nosotros caminamos por la calle Guise hasta el auto. Diego sigue disfrazado de Joaquín De Los Santos, y yo tengo en la mano mi guión de teatro: en unas carillas tiene tipeada una historia ficticia, pero en las hojas que solían estar en blanco, ahora hay una historia real escrita en puño y letra, manchada con algunas gotas de cerveza, que merece ser contada.