Joaquín Sorondo
Jacinto Díaz 289, San Isidro
Los vidrios del auto se empañan por la combinación del frío y de la lluvia. Afuera hay mucha humedad, muchísima. Casi tanta humedad como impuntualidad: estamos atrasados porque al parecer el viernes a la tarde se complica el tránsito por Panamericana hacia Provincia. Fueron 20 minutos de retraso que no parecieron molestar a Joaquín.
“Este es mi boliche, ¿te gusta?”, dice Joaquín Sorondo cuando entramos a su oficina. Una remera de un Techo Para Mi País que dice “un país más justo” está colgada en la pared y acapara la atención. El recorrido visual de todos los objetos que decoran se interrumpe cuando nuestro anfitrión nos pregunta: “¿Puedo poner música?”. A los pocos minutos, la música clásica invade el ambiente…
Joaquín Sorondo nació hace 60 años. Pero hace unos 10 años tuvo otro nacimiento cuando le dio inicio a un gran proyecto: Inicia.
En enero de 2002 Argentina era un país dado vuelta por la crisis de fines de 2001. Por ese entonces, Joaquín trabajaba en ArgenCard y le pidieron que “raje al 30% de la empresa”. “Se me produjo un dilema ético muy fuerte”, dice Joaquín, sobre todo refiriéndose al contexto complicado que estaba atravesando Argentina.
Y no despidió. Y decidió renunciar. Asegura que no lo vivió como algo heroico, sino como algo que tenía que hacer por sí mismo: “Cuando me afeito a la mañana y me veo en el espejo quiero que me cierre la persona que veo ahí reflejada”, dice.
No tuvo miedo, tuvo “terror”. Para sus amigos era un “inconsciente”, un “irresponsable” que se estaba quedando sin trabajo, con una mujer y cuatro hijos, y en un momento de plena crisis. Pero enseguida agrega que “los valores de uno se juegan en hechos, no en palabras”.
Por la tapa de un CD que está sobre el escritorio deduzco que estamos escuchando Mozart. Al lado, hay un reloj de agujas color plateado que parece estar sin pilas porque está frenado a las 9:40hs. La estufa está prendida, pero todavía seguimos sintiendo el frío de afuera…
“25 años estudié. 25 años produje. ¿Y los próximos 25 años qué voy a hacer?”, pensó Joaquín por aquellos días del 2002 estando en la Patagonia con uno de sus hijos. Y fue ahí que decidió que no volvería a trabajar en empresas, a pesar de que le hicieran diferentes propuestas: “Irte cuando te va bien es complicado”, asegura.
Mucha gente en la calle. Una clase media destruida. Un Gobierno ausente. Empresas despidiendo gente. Eso veía Joaquín en la Argentina del 2002, y pensó: “Algo tengo que hacer”. Así se embarcó en un proyecto que comenzó con encuentros entre consultores, colegas, amigos de su hija… “Empezamos en casa en esa mesa blanca que ves allá”, dice mientras señala la ventana que da al patio.
Cambiaron la noción de “desempleado” por la de “futuro emprendedor”. Por ese entonces eran 15 personas dándole forma a una idea. Hoy son una ONG llamada Inicia que tiene 300 voluntarios, más de 10.000 asociados y que ayudó a más de 25.000 emprendedores.
Lo que busca Inicia es fomentar un tipo de empresario “no depredador”, que “no sea ajeno a su contexto”, y que tenga una conciencia social, cívica y ambiental. “La plata para una empresa es como la sangre para el cuerpo”, dice Joaquín y explica: “Uno no vive para tener sangre, la empresa no puede existir solamente para hacer plata”.
“A Inicia la tenía en mi cabeza sin su nombre”, dice Joaquín. En la primera etapa de conformación del proyecto, un experto en identidad corporativa le hizo un cuestionario que le llevó dos horas y media contestar. A los 15 días lo llamó y le mostró un powerpoint con el nombre “INICIA: Emprender para el futuro”, los colores corporativos, las tarjetas, y toda la imagen que actualmente tiene la ONG. “Este es mi aporte a tu idea”, le contestó el hombre cuando Joaquín le preguntó por el precio todo eso, que hubiera sido de unos 20.000 dólares…
La mirada social de Joaquín Sorondo no comenzó en aquella renuncia en el 2002, sino que estaba presente desde antes. Cuando estaba en quinto año del Colegio San Juan el Precursor Joaquín tenía una materia llamada Oratoria cuyo final consistía en decir un discurso sobre un tema a elección frente a todo el colegio, sin papel.
El suyo estuvo basado en una crítica social a San Isidro. Cuando terminó de hablar, el Rector hizo algo que nunca antes había hecho: pedir la palabra después de un discurso. “Quiero felicitar a Joaquín por la forma, pero estoy en desacuerdo con el fondo”, dijo. Mientras tanto, un preceptor le susurraba al oído que era el mejor discurso que había escuchado.
“Siempre cuestioné”, asegura Joaquín y dice que “usaba medio el pelito largo” y a los 19 años, mientras todos sus amigos se iban a Pinamar o Mar del Plata, él se fue solo a Fortaleza, Brasil, con un barco carguero. “Yo era un tiernito de San Isidro”, aclara. La primera noche lo llamó el Capitán y le dijo: “No te pelees con nadie porque te van a matar. No juegues porque te van a sacar todo. Si te agarran de punto, volvete nadando”. Cuando llegaban a cada puerto, él iba alternando sus salidas: a veces con los Marineros, y otras veces con los Oficiales, la misma dualidad que vive hoy en día.
Es que Joaquín Sorondo transita su vida entre la realidad del éxito de los empresarios, y las visitas a La Juanita en La Matanza y también a la cárcel, convirtiéndose en un puente entre dos sectores tan marcados.
Una vez, visitando una cárcel de alta peligrosidad, estaba a punto de hablarle a 40 presos, cuando uno le preguntó: “¿Y vos qué hacés acá?”. Ante tantas miradas, respondió: “Porque soy un agradecido de la vida. Nací en un medio en el que recibí una educación y un cuidado… Y ustedes no tuvieron esa suerte”. Les aclaró que tenían que pagar “las cagadas” que se habían mandado, pero que también tenían sus derechos.
Al lado del escritorio hay una biblioteca llena de libros. Muchos tienen títulos en inglés y son de tapa dura, y en un estante se puede ver un cartel con una palabra que casualmente define la personalidad de Joaquín: “ABIERTO”.
Abierto e inquieto, porque a cada rato cambia su posición en la silla de computadora en la cual está sentado. Le está dando la espalda al monitor, y constantemente veo la ventana del Outlook que se asoma con un mail nuevo. Ni hablar de la luz de su BlackBerry que no paró de titilar desde el momento en que nos sentamos a charlar. De repente, uno de los tantos correo que le llegan tiene de asunto: “Gracias!!!”.
“Nosotros somos traidores en Inicia”, expresa con total naturalidad. Ante mi mirada de desconcierto explica que la gente se acerca a la ONG para saber cómo hacer buenos negocios, y ellos de a poco van inculcando la conciencia social que pretenden instalar en el empresariado.
En su equipo de trabajo tienen profesores de primer nivel de las mejores universidades. “Son profesionales de otro calibre, tipos que están fuera del mercado”, describe Joaquín, y después agrega que son todos voluntarios. “No pagar te permite tener los mejores”, dice con la mayor de las certezas. “Acá nadie cobra un mango”, explica, y asegura que los voluntarios “ganan por otro lado”.
“La diferencia que podemos crear en el mundo es ínfima, pero la vamos a hacer”, dice Joaquín. El cambio al que apuesta Inicia es en el largo plazo porque “esta realidad en la que vivimos hoy no puede ser la realidad”. Está seguro de que “si los empresarios no cambian, no van a cambiar los funcionarios”, porque al fin y al cabo “¿quién es el que coimea a los políticos?”.
La oficina donde estamos queda en una casita que pasa desapercibida en la cuadra. Porque en Inicia “son complementarios de lo que ya existe”. No les interesa tener una sede inmensa si, por ejemplo, a la hora de dar seminarios o charlas, pueden aprovechar las aulas de los colegios que quedan desocupadas después de las seis de la tarde. Esta lógica es contraria a la del prestigio, donde el tamaño físico de las construcciones marca el valor de las instituciones.
Ya es de noche, no para mi reloj que marca las seis de la tarde, pero sí para el cielo que en junio oscurece temprano. Afuera debe hacer mucho frío, pero adentro de la oficina de Joaquín ya estamos los tres sin sweater, en parte por la calefacción, y en parte por la ronda de mates que hace rato circulan cebados por Diego.
Joaquín no tiene cuentas pendientes. Asegura que siempre hizo lo que quiso porque “a la vida hay que sacarle el jugo”. Dice ser agnóstico, no excluye la duda de que exista algo, pero “si existe otra cosa, no es el cuentito que nos contaron”. No creyó tampoco en momentos muy difíciles de su vida cuando atravesó un cáncer, y con simplicidad remata: “Si la muerte es dormirse, ¿por qué hay que tenerle miedo?”.
“Nunca me detuvo tener que enfrentar las consecuencias de algo”, expresa Joaquín Sorondo. Menos mal…
Si se hubiera detenido, en aquel 2002 Joaquín nunca hubiera renunciado.
Si se hubiera detenido, Inicia no existiría.
Si se hubiera detenido, habría más “desempleados” y menos “futuros emprendedores”.