“Un tatuaje es congelar una parte de tu vida”


Maxi Espino

Santa Fe y Billinghurst, ciudad de Buenos Aires

Una puerta negra pintada con graffitis. Vamos a entrevistar a un tatuador, el prejuicio de lo que la cultura del tatuaje supone, encaja perfectamente con lo que parece la entrada al lugar previamente pautado. Pero comparamos el número de la dirección, y no encaja. Tenemos que entrar por la puerta del al lado, cuyo cartel promociona un centro de belleza. Después de unos cuantos escalones, aquella entrada contradictoria sí terminó llevándonos a Face Tatoo, el local donde Maxi Espino está haciendo un tatuaje a una chica rubia.

“Maxi está tatuando… ¿pueden esperar?”, dice la recepcionista del local. La aparición de un sillón bordó de terciopelo, hizo que asentir a esa pregunta no fuera tan difícil. Sentados, esperando, vemos gente que entra y sale para consultar precios y turnos para tatuarse o hacerse algún piercing. De fondo, el hip hop suena fuerte. Es de esa música que algún portador de un oído más clásico tildaría de “pesada”. Hay un instrumento extra que suena sin parlantes, y más constante que cualquier canción: las agujas que delatan el trabajo que sucede detrás de los biombos.

“Tribal, 1000 oriental, Old School, Mahorie Indi, Mariposas…”, una carpeta encima de la otra decoran los estantes de una biblioteca que está a un costado de la sala. A su izquierda, el ventanal muestra la Avenida Santa Fe, con sus colectivos que van y vienen repletos de personas que dan por finalizada su jornada laboral pasadas las siete de la tarde.

La vista de todas las personitas moviéndose por la ciudad se interrumpe con la salida de Maxi. Ni bien nos ve, enjuaga sus manos con alcohol en gel. Se acerca. Quiere darle la mano a Diego, pero ni bien va a estirar su brazo, se da cuenta de que tiene su mano todavía húmeda. Por unos segundos el saludo es incertidumbre hasta que rematan con un abrazo.

Maxi Espino tiene 36 años y es tatuador hace 19. El próximo 24 de marzo se cumplirán 19 años exactos desde el primer tatuaje hecho por sí mismo: “Fue cuando tenía 17 años y me hice el nombre de mi novia de ese momento”. El pantalón no nos permite ver el “Susana” que Maxi lleva escrito en la parte superior de su pierna, y al percibir algo de sorpresa en nuestras caras agrega: “Tengo a varias ex tatuadas”, y explica que nunca tuvo una relación tan mala como para llegar a arrepentirse.

Maxi es ahora quien está sentado en el sillón bordó. Yo estoy a su lado, y al rato me bajo al piso. Diego va y viene. La espalda de Maxi está echada hacia atrás, delatando una comodidad que también se percibe en su forma de hablar: pausado, claro, con una voz grave que con serenidad va recorriendo su vida.

Corría el año 1992 y Maxi vivía en Banfield, Zona Sur. Por ese entonces, los tatuajes no eran algo tan instalado en una sociedad en la que ni siquiera había Internet: “Era algo que se veía más por MTV que en la realidad”. “Un pibe empezó a tatuar ahí en el barrio, y bueno…”, recuerda Maxi, y cuenta que fue así que a los 15 años fue tatuado por primera vez. Se hizo un tribal, “muy de los 90”.

Si bien el asunto de los tatuajes era un tema totalmente nuevo, la parte del dibujo era algo que Maxi ya dominaba. Recuerda con una sonrisa que esa inclinación por el arte venía por dibujar durante sus horas en el colegio que “por ahí eran por falta de interés al estudio”, o también por una novia hippie de su tío que pintaba remeras e hizo que él se fascinara por el tema del arte.

Un jabalí con un chorizo. Ese fue su último tatuaje. Se arremanga el pantalón para mostrárnoslo, y antes de dar una explicación aclara: “Es una historia muy larga…”. Resulta que Maxi tiene un amigo con el que a modo de broma se dicen cosas hirientes: “Vivimos jodiendo con que tu vieja esto, tu vieja lo otro…”, y decidieron sellar una suerte de tregua en sus pieles al hacerse ese dibujo con unas palabras en griego.

¿Por qué las palabras en griego? Porque aquel amigo se llama Mejalis, y vive en Grecia. Maxi lo conoció hace varios años cuando vivió un largo tiempo en Europa. Cuando tenía 19 años, decidió viajar a Barcelona “a probar suerte porque allá estaba más instaurado el tatuaje artístico”. Ese “probar suerte” duró unos 12 años en los cuales estuvo moviéndose por el continente trabajando como tatuador en diferentes ciudades europeas.

La pared que está arriba del sillón parece digna de un museo. Un dibujo al lado del otro adorna la vista de quien espera para tatuarse o hacerse un piercing. Casi nadie espera solo. Pareciera que para el momento previo es importante contar con un acompañante cómplice que aconseje y haga “la psicológica” antes de que la aguja deje una marca eterna en la piel.

“Hice bastantes cosas raras”, es la respuesta de Maxi cuando se le pregunta por los tatuajes más bizarros que haya hecho. “Un pibe se tatuó un campo de frutillas en el culo”, cuenta sin tapujos, y continúa contándonos que un inglés se hizo una salchicha con un cartel de neón en la pierna. Al ver nuestras reacciones adhiere y dice: “Hay mucha freakada”. Continúa con las anécdotas y con sonrisa de por medio narra que una vez con un amigo buscaron “vieja” en Google y Maxi le tatuó el retrato de la primera foto que apareciera…

Maxi desmitifica y define que “un tatuaje es congelar una parte de tu vida”. Su camisa negra de manga corta deja ver sus brazos colmados de dibujos de colores, y al cruzarse de piernas el pantalón se arremanga solo, y se asoman otras formas. “Yo estoy lleno de tatuajes. Trabajo con tatuajes. Todos los días. No es algo que me pese tanto”, dice con certeza y tranquilidad.

Asegura que tiene “una memoria maso”. Pinta. Dibuja. Hace ilustraciones. Vive de los tatuajes. No entiende de qué vive un ilustrador. Toca el bajo. Toca la batería. No le gusta dibujar letras. Hay días que charla con los que van a tatuarse. Hay otros días que no está tan receptivo. Trabaja seis días a la semana. Además de trabajar en Face Tatoo tiene su estudio privado. Va al trabajo en bici.

Las personas suelen tatuarse más en los meses de verano, cuenta Maxi y explica: “Y bueno la gente es como con el gimnasio, se empieza a sacar la ropa y se da cuenta de lo que quiere”. Hay muchos que buscan en el tatuaje un símbolo religioso: budas, cruces, ángeles, vírgenes y cristos son de las cosas que se suelen pedir. “La otra vez tatué un brazo entero con la escena bíblica de Moisés”, agrega. Además, asegura que el promedio de edad de los tatuados subió: “Ahora les chupa un huevo el qué dirán…”.

Una imagen en la televisión interrumpe la charla por unos segundos. La pantalla de CN23 titula “Murió Hugo Chávez”. La sorpresa genera un poco de silencio, y la charla sigue. “Estoy re agradecido de mi trabajo y no hay nada que me incomode”, reflexiona Maxi. “Por acá pasan abogados, cirujanos, delincuentes”, agrega, y cuenta que de las charlas que surgen ahí se le “abre un poco la cabeza y hay gente re agradecida, que después de que la tatuás pasás a formar un vínculo y a formar parte de su vida”.

Si bien el arte y la paciencia son condimentos fundamentales a la hora de tatuar, hay un aspecto que no se puede descuidar: la parte higiénica. “Además del resultado artístico está el tema de la salud”, explica. Su escritorio está limpio, y a la izquierda se puede ver un cesto donde se van tirando todos los elementos descartables.

Dentro de un mes Maxi se va a ir a Grecia a ver a su amigo Mejalis, y a trabajar en un estudio llamado Medusa Tatoo. “Y no sé, veré, unos tres meses…”, responde sobre su estadía, y cuenta que sabe hablar griego. “Estoy esperando a que Fernando se haga un tiempito para tatuarme antes de irme”, dice en un tono lo suficientemente alto como para que Fernando, que trabaja con él, lo escuche. Y así sucedió. Y así fue que Fernando se dio vuelta y sonrió.

El ventanal que da a la Avenida Santa Fe ya muestra una Buenos Aires más oscura cuyos trabajadores ya deben estar en sus casas. Pasaron las ocho de la noche, y el sonido de las agujas continúa, y el de la música también. Nos despedimos de Maxi y bajamos la escalera que nos lleva de nuevo a la calle. Leemos la puerta con los graffitis que nos dispara una pregunta: “¿Y vos qué hacés?”. De estar con nosotros, Maxi hubiera respondido: “Lo que me apasiona: tatuajes”.



Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *