María Lucila Aragone
Plaza San Martín, Capital Federal
Plaza San Martín, escenario de aquellos que se fugan del microcentro cuando las oficinas comienzan a vaciarse. Maletines colgados de las manos, y carteras que se sacuden por las caminatas agitadas. Los pasos parecen ser coreografiados, porque en el caos de diagonales nadie se choca con el otro. Y en el medio de toda esa agitación están ellos. Inmóviles, pero conmovedores. Mudos, pero llenos de historia. Desconocidos, pero conocedores de la pura esencia de la vida.
Son los protagonistas de la muestra Revelados, organizada por la Asociación Síndrome de Down de la República Argentina (ASDRA) donde grandes fotógrafos de Argentina muestran a las personas con síndrome de Down tal cual son: con sus pasiones, virtudes y gustos. Entre todos ellos se encuentra María Lucila Aragone, quien recorre la muestra de la cual forma parte mientras se reconoce a sí misma y también a algunos conocidos.
“Ese es amigo mío”, dice Malu, como la conocen sus familiares y amigos, mientras señala la foto de Santiago quien posa con su guitarra criolla a pura sonrisa. Habiendo quitado la mirada de las imágenes Malu expresa que “es importante que se pueda mostrar que los chicos que tienen síndrome de Down también pueden hacer muchas cosas”.
De hecho ella es una embajadora de la actividad constante ya que sus días se pasan entre clases de inglés y danza, el trabajo, juntadas con amigos, ir a equitación, dar clases de catequesis y estudiar. Después de terminar el colegio Malu tuvo su paso por la Universidad Católica Argentina donde se recibió del programa Formación para el Trabajo, y ahora va por su segundo título de Educadora Ambiental junto a la ONG Cascos Verdes. Con total orgullo cuenta que es la única de todas sus compañeras de colegio que está por alcanzar su segundo título.
Durante más de diez años Malu cursó su primaria y casi toda su secundaria en el colegio Jesús María de Capital Federal. Dentro de lo que más recuerda de sus años escolares están sus amigas y las experiencias más significativas como los campamentos y los distintos sacramentos que recibió, entre otras anécdotas donde prima la risa: “Me escondía para no correr en las clases de gimnasia, teníamos un lugar favorito que era el mástil de la bandera ¡y nos metíamos todas ahí atrás!”.
Todo esa etapa fue posible por el acompañamiento de las maestras integradoras y la adaptación para aprender a la par de sus amigas. “Cada año pude pasar de nivel y eso me hacía muy feliz”, recuerda Malu. Si bien sus últimos años de secundaria los vivió en el colegio Espíritu Santo, cuenta que tuvo su propio buzo de egresados del Jesús María y pudo estar en la fiesta de egresados con sus amigas en Pachá.
Hace un poco más de un año a Malu le dieron ganas de empezar a trabajar. Fue así que envió su CV al jardín de infantes donde había asistido y también al Centro Claudina Thévenet, que es lugar en donde hace sus terapias. “Pensé que no me iban a llamar ni locos”, pensó en aquel entonces. Hoy es auxiliar de oficina en el Centro Claudina donde todos los días desempeña diferentes actividades, y mientras relata su experiencia laboral dice con risas: “Todas mis amigas me cargaban con que yo era canchera porque ya trabajaba… ¡y yo estoy feliz!”.
La máxima expresión de felicidad que experimenta Malu es cada vez que baila. Asegura que es un momento en el que se olvida de todo, y que es una de las sensaciones más lindas que hay, junto a la de galopar arriba del caballo. “Soy feliz cuando mis papás me ven entusiasmada con algo, me hace feliz verlos felices”, expresa y agrega: “Cuando era chica a veces me sentía sola, pero después me di cuenta de que no lo estoy”.
“Mi familia me mima mucho, siempre me aceptó y me apoya en todas las cosas que hago”, define Malu a la hora de hablar de su mamá, su papá y sus cuatro hermanos. Además tiene seis sobrinos, a quienes se refiere con un cariño que asoma en sus ojos: “Los amo, los quiero y pienso lo contenta que me pone el ver la vida que tienen”.
Algunos aceleran su trote para lograr alcanzar uno de los tantos 152 que con sus motores entonaron la banda sonora de toda la tarde. Otros apagan el piloto automático de la rutina, advierten que en el centro de la plaza hay muchas historias por revelar, y disminuyen su paso para acercarse a ver foto por foto. Una minoría aún más atenta, se da cuenta de que Malu es una de las protagonistas de una imagen, pasan a su lado y asienten con orgullo.
Ella por ese entonces está hablando de su sueño de ser actriz de comedia musical y su fanatismo por Violetta, así que sus ojos no perciben ese movimiento a su alrededor sino que se centran en su funda de celular que exhibe a su ídola: “Cuando vos me llamaste mi celular sonó con una canción de ella”, narra Malu y cuenta que sus canciones favoritas son “En mi mundo” de Violetta y “Ciudad de Buenos Aires” de Tan Biónica.
“Hay que animarse a disfrutar de la vida”, resume Malu al hablar de sus gustos y hobbies. Explica que eso se logra de una manera tan simple como concreta: proponerse cosas lindas y hacerlas. Confiesa que cuando las cosas no le salen se enoja y le molesta, pero agrega: “En esos momentos me canso, pero después me pregunto: ¿qué estoy haciendo mal?”.
Así, Malu Aragone va superando todos los desafíos que se plantea, que no son pocos. Y, tal vez sin darse cuenta, se convierte en una encarnación viva del mensaje de la muestra que se exhibe a sus espaldas: “No hay personas down, hay personas con síndrome de Down. Se puede ser tenista, dibujante, bailarín o rugbier. También tímido, alto, malhumorado o morocho. Pero no existe ser down. Lo que sí existe es tener un síndrome que implica algunas limitaciones intelectuales. Las personas con síndrome de Down tienen sus gustos, su estilo y aptitudes, y debemos quitar el velo con que la sociedad muchas veces las tapa.”