“Maga de Soldati”
Lafuente y Cruz, Villa Soldati
Se levanta temprano para ir a trabajar. Temprano como para ya haber salido de su casa a las seis y media de la mañana. Una clínica en San Justo la espera, con una hora de viaje de por medio, para extraer sangre a los pacientes. Para llegar a la parada del colectivo tiene que caminar unas cuadras algo oscuras que no precisamente generan seguridad. Hasta que un vecino llamado José que se despierta temprano y toma mates en la esquina, casi todos los días la acompaña hasta la parada y le dice al colectivero que la cuide.
“Tengo unos vecinos geniales, son excelentes”, dice Maga con toda la seguridad que a veces falta en las calles de su barrio. Vive en Villa Soldati desde que nació y hoy, 30 años después, dice que no le gustaría mudarse a otro lugar a pesar de que muchos de sus amigos de la infancia lo hicieron: “Yo soy quien soy porque mi barrio me hizo así, y a mí me gusta estar acá”.
Maga compró un agua saborizada y barritas de cereal para compartir durante la entrevista. Será que el compartir está en su ADN. Será que lo aprendió de Mirta, su mamá, que todos los días la espera con la comida caliente cuando vuelve del trabajo y tiene que salir corriendo enseguida para la facultad. Será que como la semana pasada Mirta le compró un cuaderno, ella busca devolver esos gestos de generosidad.
Estudia medicina en la Universidad Abierta Interamericana, una profesión que la apasiona desde chica cuando jugaba con la Juliana Doctora. Comenzó en la UBA, pero por motivos personales tuvo que cambiarse de universidad, aun sabiendo que eso implicaba gastar su sueldo completo para pagar estudios: “Cuando me tenía que cambiar no sabía de qué me iba a disfrazar para que me alcance la plata, pero confié en que el universo me iba a ayudar”. Hoy en día esa ayuda viene de su mamá y de amigos que la ayudan a conseguir los libros.
En el año 2010 hubo una toma de terrenos en el Parque Indoamericano de la Ciudad de Buenos Aires. “Los que vivimos en el barrio sabemos cómo termina eso”, explica Maga y agrega: “Eso no favorece a los pobres, es solo el negocio de algunos”. Además había una toma en Lafuente, una calle clave para conectar a Soldati con el norte de la Ciudad porque “por ahí es donde se animan a entrar las ambulancias y los servicios”.
“Los medios no mostraban al principio lo que pasaba, y a mí siempre me dio mucha bronca que lo que pasa en Villa Soldati no salga en ningún lado”, cuenta Maga. Fue entonces que empezaron a reunirse entre los vecinos del barrio para poder manifestarse. Necesitaban comunicarse de alguna manera efectiva, y ya que Soldati es un barrio muy grande y muy distinto, ella decidió crear un perfil de Facebook llamado “Vecinos de Villa Soldati”.
“Si llegamos a ser 100 comunicándonos a través de esa página soy Gardel con guitarra eléctrica”, pensó Maga en ese entonces. Hoy la comunidad de “Vecinos de Villa Soldati” supera los 3500 miembros y ella es la encargada de informar a los vecinos de su barrio subiendo noticias, denuncias, historias, pedidos de ayuda. “La mayoría ni siquiera sabe que soy yo la que está detrás de todo eso”, dice algo risueña, todavía sin poder creer en qué se transformó la página.
“¿Acaso la vida en Villa Soldati vale menos?”, suele preguntarse Maga cuando ve que lo que sucede en su barrio no sale en los diarios, las radios, la televisión. Está convencida de que si bien es difícil cambiar la realidad, sí se puede cambiar la forma en que la miramos. “Tener información es tener poder”, dice y explica: “Si en la página avisamos que hay motochorros y decimos por dónde pasan, tal vez esa realidad no cambia, pero el vecino sabeque debe estar atento y dónde resguardarse”.
“Lo que a mí más me gusta de Soldati es la gente, es como un pueblito”, cuenta Maga mientras una gran sonrisa se dibuja en su boca. En las calles de su barrio reinan los saludos. Le ha pasado de tardar más de una hora en ir a comprar el pan a un par de cuadras de su casa, debido a la cantidad de encuentros que interrumpen su caminar. Y es todo eso lo que ella no cambia por nada: “A mí no me vengan a decir que en otros barrios pasa eso porque no lo creo, eso pasa solo en Soldati”.
“Obviamente que vivir acá es duro”, sostiene Maga sin negar las realidades difíciles con las que convive desde que nació, y agrega: “Cuando vos ves las paredes con los nombres de los pibes que van muriendo es terrible, sobre Mariano Acosta vas viendo: Rodrigo, Marisol, Chucho…”. Cada uno de esos nombres grafitteados es una clara metáfora de la falta de justicia y la necesidad de expresarse.
“A mí me duele que la gente se burle de mi barrio, porque Villa Soldati no es una mala palabra”, cuenta Maga, convencida de que en sus calles hay cosas buenas para mostrar como en cualquier lugar. Las cosas duras que suceden las viven en comunidad, y de esa manera se vuelven menos duras.
Ya pasó el mediodía y hay que seguir con la rutina de viernes. Sin almuerzo se vuelve algo complicado y sin dudarlo Maga se ofrece a mostrar el lugar donde hacen las mejores empanadas del mundo. Dónde iba a suceder eso si no era en Villa Soldati. Un par de cuadras caminadas por Avenida Cruz nos hacen llegar a Los Mellizos donde, tal vez sin darse cuenta, Maga encarna todas sus palabras sobre su comunidad, en acciones.
Entra, dedica un saludo a la distancia a la chica que cocina en el fondo, y después un abrazo al pizzero. “¿Podés creer que ella vino a pedirme levadura para su rosca de Pascua y no me trajo para probar ni un pedacito?”, dice él, entre risas, refiriéndose a Maga. Ella explota en una carcajada, le cuenta que su preparación se había quemado, y que ya le acercaría una porción digna de ser probada a modo de agradecimiento. Las empanadas ya están en el horno y mientras tanto, entre cuentos y anécdotas, sigue la charla…
Si se los mira o se los escucha sin conocerlos parecen familia, parecen amigos. Pero no lo son: son vecinos de Villa Soldati.